domingo, 31 de enero de 2016

Espera

El día transcurría como me era de costumbre; de un lado a otro, sumamente agitada al preocuparme por la insensibilidad de esa persona, con el dolor persistente en la espalda y la esperanza hecha añicos por la simplicidad del asunto en el cuál me encontraba. En ese momento subía la escalera de la estación de Baquedano, un lugar con el cual ya tenía una que otra mala experiencia (Incluyendo robos y caídas en mis malos estados anímicos.) Pero el centro de Santiago siempre me ha producido esa especie de comodidad inexplicable; Así que ignoré mis pensamientos ya lúgubres, y observé detenidamente los grandes carteles publicitarios que invadían cada edificio de la contaminada metrópolis. Algo que odio de Santiago eso si, es lo pesado que su aire es, eso más el calor estúpido que tiende a hacer en verano hacen de la capital un lugar evitado hasta por sus propios habitantes.

Me habría reído de mi observación, pero era tarde, estaba transpirando y unas cámaras de canal 13 se posesionaban frente del teatro Nescafé (creo que es ese.) grabando una entrevista que más tarde supe, había sido una mierda. Ya saben, en verano la televisión tiende a ser bastante estúpida; Mostrando culos y calugas de argentinos, haciéndonos creer que Chile es un lugar perfecto para el vecino, cuando todos sabemos que la mitad de Latinoamérica odia nuestro estirado país (Y no los culpo, tendemos a ser una mierda... La mayoría.) Ésta entrevista en exclusivo trataba del horrible calor que abundaba en la capital, y cómo los santiaguinos los combatían con simpáticas botellas de agua congelada a 500 pesos, vendidas en todas las estaciones del metro.


Por un momento pensé en tirarme entremedio, tomar el micrófono extraño que me recuerda a "31 minutos" y gritar : Fuck her right in the pussy! Para luego, salir corriendo; Pero mi destino estaba demasiado cerca, y mi cuerpo demasiado hinchado. Así que lo dí por descartado.


Por lo que extenuada, seguí mi rumbo por el ya conocido paseo de árboles de la derecha hasta llegar al tercer edificio antiguo de la calle, la cuál ya no recuerdo su nombre ni número, pero sabía llegar allí casi de memoria (Perdónenme si no soy buena recordando nombres, pero no es lo mío, francamente porque no me importa mucho, o bien, prefiero evitar problemas con lo establecido, pero eso es otra historia.) Siempre encontré el edificio hermoso, para dar una idea más visual, me recordaba a los acogedores apartamentos que aparecían en el filme "Amélie", pensándolo de esa forma, así de viejos se veían.


Subí semi-tranquila las escaleras hacia la oficina del doctor Paz, Rodrigo Paz. Pero ya me era usual para entonces, subía murmurando una canción de alguna banda de los 90's mientras miraba hacia afuera en la escalera con forma de caracol, curiosamente afuera había algunas plantitas y un paisaje digno de escenografía...Los pasos cada vez más lentos sin siquiera darme cuenta, pensando con cuidado qué le diría a tan imponente hombre, cuya mirada a través de sus lentes me hacía querer mirar el suelo con verguenza, cuya voz me hacía temblar de auténtico miedo y cuya aprobación significaba una semana de relajación para mi persona.


Pero en el fondo sabía, que todo era una ilusión creada por mi propia inseguridad. Que nada pasaría, y que del Lexapro pasaría a la Sertralina cómo era de costumbre.


No recuerdo la cara de la secretaria, pero eso era bien o porque estaba muerta de sueño y con cero ganas de verla a los ojos, o bien porque en el televisor trasmitían lo mismo que hace cuestión de minutos había visto en vivo, lo cuál me trajo una sonrisa.


— La última sesión fue de chequeo, le toca pagar otra vez — La mujer de edad semi avanzada me dijo, con su vista fija en mi ficha médica, yo me encontraba distraída, quizás algo apurada; He de decir, que la sala de espera del famoso Doctor Paz siempre estaba llena, sin embargo ésta cálida, no, no cálida... calurosa mañana no había mucha gente, sólo una señora regordeta pegada en su tablet,con un pequeño niño a su lado, algo inquieto viendo Dios sabe qué. 


La mujer tosió, quizás pensó que yo estaba empastillada, lo cuál debería ser costumbre en todos los pacientes; Sin seguir sobrecalentandome la cabeza, busqué en mi desordenada mochila los cuarenta mil pesos que debía pagar, los cuarenta mil pesos que debía pagar cada vez que Paz se dignaba a darme un diagnóstico distinto (Lo cuál era cada dos o tres días) No era mi dinero, pero aún así, he de admitir que el bolsillo me dolía. 


Sabía que no iba a ningún lado

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Me senté en sus incómodas cajas con almohadas para fingir comodidad, y detenidamente miré la pared dónde feos dibujos de niños estaban admirándome, obra de la ultra convencional forma de quitarle las verdades a los niños mediante el arte, sacudí la cabeza con disgusto, y por un momento me pregunté si en mi infancia un psicoterapeuta me había hecho dibujar alguna tontera relacionada con mi papá, mi abuelo, o mi madre... Quizás mi perro, pero esa era tonto, en mis manos los perros no duraban más de tres meses, mi mamá siempre se deshacía de ellos una vez comenzaban a crecer. Me pregunté por un momento si todos los adolescentes que salían llorando de la mano de sus padres de la consulta del doctor Paz se sentían cómo perros, siendo separados de su nido de una forma mucho más cruel de la imaginada.


Entonces Paz sería el criador, y eso está mal, es imposible destetar al cachorro a la semana de nacido... A los 15 años había visto, darle hormonas para competir, sumiéndolo en un mundo de crueldad y cambio, lejos del cuidador y cerca del látigo. El que cría es la base, el que adopta es el padre; Y en ese caso, Paz tenía un sentido muy mediocre en cuánto crianza de animales.


— Señorita, Andrea Caballero — La sarcástica voz del ya mil veces mencionado me llamó desde su oficina, yo atiné a despegarme de los dibujos con dificultad en mis ojos, desde ya un mes me dolían y el parpadear más de lo normal me causaba un ardor y un moqueo de agua molesto. Cerré los ojos con fuerza y seguí al psiquiatra a su temida oficina, tomando asiento en sus incómodas sillas de plástico, rojas si mi memoria no me falla.


Miré al viejo a los ojos con temor mientras él indiferente chequeaba mi historial, luego de unos minutos de silencio y cero respuesta del así llamado Rodrigo, mi mente comenzó a revolotear por su oficina, viendo con detalle cada una de sus chucherías y remedios de último minuto. Paz nunca fue un viejo agradable, ni en sus entrevistas con Jean Philippe parecía serlo; Eras seco, directo y quizás para mí, un tanto insensible. 


— ¿Cómo va el aumento de la Sertralina? — Me dijo, mientras anotaba en su block de matemáticas cosas incoherentes desde mi punto de vista, pero con un lápiz muy lindo, siempre quise ese lápiz, me hacía querer dibujar una caricatura rápido, sin mancharme la mano.


— No he sentido nada doctor, — Le dije, mirando aún su escritorio, pegada casi, — Es lo mismo, siento lo mismo.


— ¿Los ya descritos síntomas de la pérdida de control, agresividad continua y sensibilidad extrema? — Le asentí, por miedo a que me dijiera algo si lo interrumpía — ¿Miedo a la muerte, no?


— Tremendo.


El señor hizo unos apuntes más, sin notar mi existencia, pero estaba bien, era lo usual.


— Según la charla que tuve con tu madre la semana pasada, he llegado a un nuevo diagnóstico, viendo que la Sertralina no te calma... — Se tomó los lentes, traté de explicarle que mi mamá tuvo que viajar de vuelta a Iquique a conseguir más dinero, pero me interrumpió. — Andrea, presentas síntomas de Bipolaridad tipo dos. 


Lo miré, extrañada. Creí arquear una ceja mientras sentía como el pan con mantequilla matutino se daba vueltas en mi estómago.


— No me mires así, no es mi culpa que seas Bipolar.


Y con esa sentencia, Rodrigo Paz marcó un final, un final que no pararía de repetirme por más de tres meses de Litio y hospitalizaciones.