domingo, 28 de agosto de 2016

Confesión

 Último Minuto.

Se me es inevitable pensar en el demonio que yo misma he creado con la pesadez de los años, sin importar que sea sólo una niña confundida que no sabe que rumbo llevar en un mundo tan insensible y áspero de la falsa realidad que se ha creado. Tengo asco y nauseas, mi mirada tirita con cualquier pensamiento oscuro y la entrepierna se llena de calambres frente a lo impensable.

Pero el final de nuestra materia es tan detestable, nacemos y luchamos por tanto para luego ser mostrados como si fuésemos un trofeo intacto dentro del ataúd, para que todos pasen y lamenten lo que nunca pasó, lo que nunca llegó a un acuerdo, lo que nunca se logró ni se dijo. Odio los funerales, no son dignos de la alegría del mero hecho de estar vivo; Cuando tenía doce vi un hombre fallecer de un infarto, un hombre que conocí y que me agradaba. ¡Qué imagen tan impropia de la inocencia que busco repartir! ¡Que imagen tan alejada de la ternura que espere sentir en conforte! Recuerdo como sus ojos blancos se retorcían ante un dolor que no esperaba entender, su piel se tornaba azul (La gente no cree ésto, ¡Pero si cambiamos de color al morir!) Su cuerpo convulsionaba involuntariamente mientras una niña veía a su tío morir.

Desde entonces le tengo tanto miedo a la muerte, le tengo miedo porque sé no sólo acabará conmigo, sino con todo el ego que he logrado construir durante éstos años, el ego que defendió esa impropia indiferencia de mi familia frente al momento. Vi al hombre muerto, tramité al hombre muerto y por último lo enterré sin querer decir una palabra, mientras su rostro convulsionante se repetía incontables veces en mi subconsciente, solo que su rostro no era el propio, era el de mi padre, de mi abuelo, de mi madre y el mío.

Y no hice más que callar durante dos años.

Mi historia no es diferente a la de ningún joven de la generación Y, fuimos mimados en momentos impropios e ignorados en los necesitados.

La Andrea era gorda como su padre, algún día moriría como él murió. Entonces el día llegó y me pregunto si es tan cierto. Tendrá diabetes, morirá de sobrepeso y le cortarán las manos, ¿Cómo podrá dibujar si eso pasa? Pobre de ella.

Crecí con un miedo impropio a lo desconocido, y lo Salcedo empezó a fluir más rápido que nunca, luego se lamentan que no es suficiente. ¿Será suficiente cuando me dé por vencida? ¿Cuándo encuentre mi vuelta a casa sin triunfo alguno? ¿Cuándo critique a alguien como me criticaron a mi? Creo entonces, ahí haré respeto a mi apellido y me apreciarán como yo lo espero.

Porque el bucle sin fin es ese, cariño de distintas formas que no siento de ninguna. Espero un abrazo en mis ataques de ansiedad, cuando mi colon se retuerce y de verdad puedo repetir las imágenes de la muerte en mi cabeza. No espero un "Ya se te pasará, tu eres así, loquita".

Reemplacé su afecto con Clonazepam, y para mi desgracia, es tan efectivo que encanta.

Somos adictos, todos. Yo soy adicta al amor que no recibo y que espero dar algún día; y que de tiempo en tiempo entrego escribiendo, hablando y riendo: Dibujando monos feos para que alguien recalque que sean feas y entonces yo ría.

Soy adicta a la felicidad, y si la pastilla recae en eso, entonces la amo.



1 comentario:

  1. La mejor delas adicciones, y es cierto , todos somos adictos a algo , ademas la adicción como tal es un medio de aprendizaje ... el amor es el pilar de la felicidad , la materia intangible que une todo lo que definimos como elementos concretos... ser adicto a la felicidad , es ser adicto a la evolución :)

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